domingo, 11 de noviembre de 2007

Stereo Lima 20 (1era parte)

Aunque para algunos lo correcto hubiera sido poner 12, yo le pongo 20, porque si bien Soda Stereo vino en 1995 para dar un recital en el campus de la Universidad de Lima, considero que la visita que realizó a Lima en 1987, hace 20 años (¡qué maduro que estoy!) fue la que desató mayor expectativa y furor, y la que ha quedado prendada en la retina y en los oídos de muchos chicos y chicas de mi generación.

Recuerdo que en 1987, las programaciones de algunas radios juveniles (Panamericana, 1160, Studio 92, entre otras) habían casi desterrado al pop/rock británico-estadounidense, cediendo terreno a la invasión del rock en castellano, hecho en esta parte del mundo, aclaremos. A muchas bandas y grupos de rock de España se les escuchaba desde hace varios años en casi todas las emisoras limeñas, tanto en la FM como en la AM.

Si no me falla la memoria, creo haber escuchado por primera vez a Soda Stereo en radio Doble 9, la radio rock de Lima (hasta ahora viva, gracias a Dios). Para 1986, las canciones de su primer álbum, con fuerte influencia Ska y letras relajadas y cómicas, llegaron a oídos del gran público a través de Studio 92, que comenzó a propalar Tele-k, Te hacen falta vitaminas y Sobredosis de TV. Fue por ese tiempo entonces, a los 16 años, edad en la que mis gustos musicales estaban dictados por la tiranía radial, que adquirí la "Sodamanía", enfermedad que hasta ahora padezco y del cual no quisiera sanar ni encontrar antídoto.

Recuerdo que Soda Stereo disputaba el primer lugar de popularidad con los españoles de Hombres G. No era una guerra, precisamente, porque existían (existen) muchas diferencias musicales entre ambos. Había también divergencias en cuanto a las características de sus seguidores. Me explico: mientras que la mayor parte de fans de Soda estaba conformada en su mayor parte por varones; los Hombres G eran seguidos (y perseguidos) por un abrumador porcentaje de chicas; veinteañeras, quinceañeras y hasta niñas de diez o nueve años que exigían a sus papis que les pusieran Devuélveme a mi chica o Martha tiene un marcapasos en su fiesta de cumpleaños. Imagino que a ningún papá o mamá le hubiera gustado poner en algún cumpleaños de sus hijos, menores de edad aún, alguna canción con una letra del tipo: no puedo, no puedo, seguir maquinándome (masturbándome, en realidad).

Al igual que en el año anterior, en 1987, Radio Panamericana (antes que sufriera la triste metamorfosis para convertirse en salsera) fue la encargada de realizar la promoción del concierto de Cerati y compañía. Las 24 horas del día su programación estaba inundada por especiales de veinte minutos con la música del trío argentino, y eso que el grupo sólo contaba con tres discos en su haber. Fue un bombardeo incesante que al final tuvo buenos resultados.

El Club de fans
Semanas antes del recital, la radio de la calle Mariano Carranza hizo una convocatoria a los seguidores incondicionales de la “Trilogía del rock”, para que sellaran su pacto de fidelidad con el grupo. En el mismo local de la radio, uno se podía inscribir y luego recabar el carné oficial que nos convertiría en socios privilegiados del club de fans de Soda Stereo. Como una cortesía del auspiciador, cada uno de los nuevos integrantes oficiales del Clan de Soda pasaría a la cabina de la radio para ser entrevistado y su voz ser escuchada por miles y miles de radioyentes en todo el país. Allí estuve yo, entonces, a punto de ser entrevistado por el entonces principiante, Ricardo Claros, quien fue el gran propulsor de mis 15 segundos de fama en la radio:

RC: ¿Cómo te llamas?
A: Angel.

RC: ¿Cuántos boletos has comprado Angel?
A: Dos, para las dos presentaciones en Lima.
RC: ¿Dos boletos? Eso sí que es ser fan.

RC: ¿Qué canción de Soda Stereo te gusta más?
A: Persiana Americana. (Ahora me gusta En la ciudad de la furia, la mejor de todas)

Luego Ricardo pasó el micrófono a otro chico que estaba parado a mi lado. Mientras Ricardo le hacía las mismas preguntas, el chico mostraba ante un monitor de tv que estaba apagado, muy orgulloso y con una sonrisa de oreja a oreja, sus boletos y su carné de fan, pensando seguramente que su rostro estaba saliendo por televisión. Por supuesto que dentro de la cabina nadie le dijo nada, pero al salir oí unas sonoras carcajadas que se entremezclaban con las tiernas melodías del Trátame suavemente.

Pese a que el carné no tenía ni mi nombre ni mi edad (nos dijeron que uno mismo tenía que llenar esos datos), me sentí muy feliz de pertenecer al clan de Soda Stereo. Sin embargo, al poco tiempo, el amor (o no sé que sería) me empujó a obsequiar ese carné a una chica con la cual yo quería estar, aunque ella me había confesado que amaba a muerte a Gustavo Cerati. Por supuesto que la misión de “caerle” era suicida y tenía yo todas las de perder, porque de Cerati yo no tengo nada, salvo el hecho de que ambos somos varones. Y bueno, empeñado en seguir esta aventura, para su cumpleaños le regalé el tan valioso carné de fan de Soda Stereo, junto con un casete que tenía grabado el recital que había dado el grupo en Lima, un año antes. Con el tiempo, ni logré convertirme en su enamorado, ni sé lo que ella hizo con el carné. Sólo sé que ahora ella está casada, tiene tres hijos, sigue viviendo por mi barrio y baila y goza al son de Néctar, Agua Marina, y, a veces, al ritmo de Daddy Yankee o Tego Calderón que sus hijos la obligan a bailar. Ah! y de buena fuente sé que le interesa un carajo que Soda Stereo vuelva a Lima. Cuán ciego y sordo es el amor a los 17 años.

(Continuará…)
Nota: No es que después de 20 años, haya obtenido el carné del club de fans de Soda Stereo de manos de mi musa adolescente. La imagen que ven es cortesía de un amigo que sí supo conservar y aquilatar un gran recuerdo de la época.

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