martes, 4 de diciembre de 2007

Stereo Lima 20 (2da parte)

En 1987, Lima se había convertido una auténtica ciudad de la furia. Eran tiempos en los que la vida no valía un ápice. En cualquier momento tu cuerpo podía estallar en pedacitos si te encontrabas junto a un auto colmado de anfo o dinamita. Los vehículos portatropas se paseaban por Lima levantando jóvenes, casi siempre pobres y de aspecto andino. El toque de queda, decretado por el mismo señor que hoy gobierna, obligaba a todos los ciudadanos a guardarse temprano en casa. La vida nocturna había sido abolida de la faz limeña. Sin embargo, lo que las autoridades no previeron fue que, gracias al enorme despliegue mediático, el recital de Soda Stereo se convertiría con el paso de los días en un evento de envergadura que congregaría a miles de jóvenes, no sólo en Lima, sino también en provincias.

Ese día viernes 19 de junio, Lima amaneció nublada y con una noticia alarmante que ensombreció mucho más los ánimos de la temerosa ciudadanía: el entonces ministro de Justicia (cuyo nombre y cara no quiero acordarme, pero que, probablemente, ocupa un puestazo en el gobierno actual) lanzó un comunicado a la población alertando que Sendero Luminoso ejecutaría una serie de atentados en varios puntos de la capital, por lo que sería conveniente que la gente se quedara en sus hogares. Muchos hicieron caso al comunicado y no asomaron ni sus cabezas por sus ventanas.

Pese a las intimidaciones de los “terrucos”, los organizadores del recital decidieron seguir adelante. Las puertas del coliseo Amauta se abrieron cerca de las 4 de la tarde, aunque las largas filas de chicos y chicas ya habían comenzado a armarse desde ese mediodía. Una que otra tanqueta con algunos efectivos verdes estaban apostados en las esquinas, vigilando que no ocurriera nada anormal. Al final, en lugar de matar “terrucos”, los uniformados se dedicaron a espantar a varazos a los vendedores de “colas”.

Mientras las largas filas circundaban el coliseo y avanzaban con lentitud, algunas madres de familia llegaban con rostros asustadizos al lugar. Rogaban a los policías para que suspendieran “¡por Dios!” el espectáculo, porque “los terroristas habían amenazado con poner bombas”. A los guardias no les quedaba más remedio que mandarlas a la entonces Prefectura de Lima, a ver si allí les hacían caso “porque aquí todo está normal, señora”. Otros padres, más severos aún, llegaban con cara de pocos amigos en busca de sus hijos y llevárselo a casa. Algunos lo lograron, otros tuvieron que rendirse y pegar la vuelta ante la férrea resistencia de los adolescentes y el “roche” de quienes se ganaban y carcajeaban con la reprimenda.

Imágenes retro
Una vez en el interior del coloso, chicos y chicas fueron poblando la platea y la pista central, sí, justo allí donde se desarrollaban los espectáculos circenses de julio y agosto de cada año. El ingreso del público era rápido. Todos querían la mejor ubicación. Poco a poco, a medida que pasaban los minutos, el lugar tomaba la forma justa para que en cualquier momento estallara en llamas. En la parte baja, cerca al escenario, las infaltables broncas entre sujetos borrachos y/o fumados, así como el popularísimo “pogueo” avizoraban un clima candente.

Luego de más de dos horas de espera, casi sordos por el elevado volumen que salía de los gigantescos parlantes, el recinto se oscureció por completo. “Por fin” dijimos. ¡Ya! Sin embargo, recordamos que a la “fiesta” también habían sido invitados como teloneros los nacionales de Feiser, así que, en abierto apoyo al (re)naciente rock peruano y haciendo causa común al lema “gerardomanuelista”: son peruanos y son buenos, había que escuchar y aplaudir a los que estaban en el escenario. En ese momento, Feiser había logrado ubicar un par de canciones en las radioemisoras juveniles más populares en ese momento. Pese a que, ni entonces ni ahora ni nunca, Alamo Pérez Luna, su dizque vocalista, tenía la voz apropiada para cantar rock, igual la gente coreaba sus canciones. Pero fue la última, Dame una salida, la que desató el mayor furor de la concurrencia, no por ser un “hitazo” ni nada por el estilo, sino que a esas alturas de la noche todos deseábamos con ansias que Alamo y sus tres excelentes músicos acompañantes (he de reconocerlo), encontraran una salida y se largaran para empezar de una vez con el rito de soda.

Ahora sí, cuando el ambiente oscureció nuevamente y los reflectores pintaban el ecran con una tonalidad similar a la tapa del Signos, las siluetas de Cerati, Zeta, Alberti y, su tecladista invitado, Daniel Saiz tomaron sus respectivas ubicaciones. Al igual que en sus presentaciones previas en Argentina y Chile, el suave guitarreo acústico fue la señal de que Signos sería el tema que abriría el espectáculo.

Canción animal
Basándome en algunas memorias prodigiosas que circulan por internet, puedo enumerar las siguientes canciones presentadas esa noche: Imágenes retro, Estoy azulado, No existes, Si no fuera por…, Final caja negra, El Rito, Trátame suavemente, Persiana Americana, Prófugos, Juego de seducción, Cuando pase el temblor, algunas otras y, como fin de fiesta, Nada personal y el Vita-set.

Recuerdo que la parte delantera, casi al borde del escenario (en ese tiempo no existía zona VIP), estaba poblada al inicio casi en su totalidad por chicas. Conforme pasaban los minutos y el estrujamiento empeoraba, los paramédicos (o lo que sea, no existían los fortachones 911) las fueron extrayendo una por una: algunas salían por sus propios medios pero con las ropas rasgadas, otras con severos ataques de nervios y en lágrimas y, una que otra sin sentido. A la mitad del concierto yo estaba ubicado a un metro del escenario, feliz de estar cerca a mis ídolos. No me importaba la falta de aire, pegarme a los sudores ajenos, los decibeles al máximo ni que estallaran en mis oídos. Era yo y mi pasión, no contaba nada más.

Final Caja Negra
Esa noche salí solo del Amauta rumbo a casa. A mis amigos los perdí quizá en la estrofa de alguna de las canciones. Entre el recuento de daños producto de tan eufórica jornada figuran el haber sentido el peor dolor de oídos de mi vida, un seseo constante que abandonó mis tímpanos una semana después y un moretón en el muslo izquierdo producto de la “gomeada” que un policía me propinó mientras éste repartía golpes intentando alejar a los “colones”. Pese a las magulladuras, igual regresé al día siguiente a la segunda presentación. Fiel al “castigo”, me dispuse a pasar por el mismo trance que el día anterior, aunque esta vez ya me fui a tribuna; bien acomodado y a escuchar con el poco oído que me quedaba el mismo y maravilloso repertorio de canciones. Cosas de fan, cosas de Soda.






2 comentarios:

Javier Lishner dijo...

Angel:

Eso te pasó por colón. Interesante crónica.

Un abrazo

JL

Mike Mantilla dijo...

Je,je,je..si hubiera sido un "colón" creo que el varazo del tombo no hubiera dolido tanto, ni por tanto tiempo. Gracias por tu visita.

saludos

Angel