miércoles, 14 de marzo de 2007

El lado brillante de la música: Waters bajó la luna al suelo limeño

Empecemos por decir que a partir del 13 de marzo de 2007, nuestra querida capital dejó de ser la tres veces coronada villa, para convertirse en la cuatro veces coronada ciudad, luego del grandioso despliegue de música, luces, sonido y efectos especiales que Roger Waters exhibió en una histórica jornada que ninguno de los que asistimos olvidará por muchos años.

Todo lo que sucedió esa noche fue novedoso, nunca antes visto ni vivido. Hasta la hora del inicio del concierto fue desacostumbrada para una ciudad, por lo general, tardona y muy dada a hacer las cosas a “ultima hora”. Pocos minutos antes que dieran las nueve de la noche, hora programada para dar inicio al espectáculo, muchos caminaban a paso lento, despreocupados, por los alrededores del Monumental; unos reencontrandose con viejos amigos, otros echándose encima unas chelas o una que otra hierba y no pocos intentando abrirse paso con sus autos entre el caótico tráfico que se armó a pocas cuadras del estadio de la U. Sin embargo, como buen inglés, Waters ordenó que la luna empezara a brillar y tomara de rehén al cielo limeño a las 9 en punto. Fue en ese momento que a unos cuantos kilómetros a la redonda, se pudo observar perfectamente cómo las luces rojas que brotaban de los gigántescos reflectores ubicados arriba del escenario, empezaron a crear una perfecta armonía con las primeras notas del In the Flesh.

Los gritos desaforados y el “hello Lima, buenas noches” de Waters, provocaron que por las afueras del recinto la gente empezara a correr despavorida hacia las puertas de acceso a las tribunas, como si estuvieran huyendo de una balacera o de un tsunami. Pero no, todos se dirigían al ojo del huracán que estaba a punto de causar estragos en las casi 15 mil almas que se dieron cita esa noche inolvidable.

Como dije antes, el show se abrió con In the flesh, continuó con el suave guitarreo de Mother, para después alcanzar uno de los tantos momentos cumbres de la noche con Shine on you crazy diamond, canción que estuvo acompañada por una secuela de imágenes del “diamante loco” y fundador de Pink Floyd, Syd Barret. El show siguió con The Final Cut y luego volvieron a encenderse los ánimos con el ruidosamente coreado Wish you were here.

Hay que decir que, pese a sus 62 años, la voz de Waters mantiene su fuerza y coherencia juvenil, pues respeta los tonos bajos y aún los más agudos en cada interpretación; aunque hemos de reconocer también el notable apoyo que recibe de las tres coristas y los otros integrantes de su banda, entre los cuales figuran su hijo, luciéndose en los teclados, y dos guitarristas que tratan de imprimirle sus propias huellas digitales a los riffs del recordado David Gilmour, intentando que cada versión original conserve su pureza y genuinidad.

Si bien es ampliamante conocida su opinión con respecto a la política internacional, Waters exhibió ante todos su propuesta antibélica, clavando certeros cuchillazos musicales en las anchas caparazones de George W. Bush, primero, y luego de un tal Tony, que no era otro que Tony Blair. A Bush, en especial, le dedicó varios minutos de su show y le encaró a través de Leaving Beirut “la cagada de educación que debe haber recibido de niño en su Texas natal”. En ese instante, el público secundó la posición de Waters y respondió con un sonoro rechazo al mandatario del país más poderoso del mundo. El lado más político e insurrecto de Waters se prolongó con la memorable The Fletcher Memorial Home, acompañado por la proyección en la pantalla de un video en el que aparecieron los retratos de los más infames personajes de la historia de la humanidad como Hitler, Stalin, Pinochet, Mussolini, Osama Bin Laden, entre otras “joyitas”, poblando los sucias paredes de un hospital psiquiátrico. Para culminar, Waters se destapó con una magistral interpretación de Sheep, del album Animals, momento en el cual un gigántesco cerdo cobró vida y sobrevoló el cielo limeño lanzando mensajes alusivos nuevamente a Bush y contra los muros que separan, en clara alusión a los tantos muros que se construyen en el mundo, pero también salpicando al contexto nacional con una frase contundente: “Todos los peruanos somos iguales. No a la discriminación”.

Tras una pausa de quince minutos, Waters y compañía reaparecieron en el gigantesco escenario para dar inicio al eje central de la noche: la plasmación en vivo de los nueve temas del celebérrimo The Dark Side of The Moon, impulsando a la gente, a medida que intepretaba cada canción del album, hacia un nivel de clímax inimaginable. Por encima del escenario se posesionó una pirámide que disparó coloridos rayos láser al público que, a esas alturas, no cabía en su éxtasis, y respondía con alaridos como si se se tratara de una aparición celestial. Por nuestros oídos pasaron Brain damage, Money, The great gig in the sky, Eclipse, y todas aquellas piezas brillantes que forman parte de esa piedra fundamental a la que, personalmente, considero como el disco más grande de toda la historia del rock, en todas sus manifestaciones.

El tiempo seguía avanzando y se eternizaba cada vez más. Como no podía ser de otra manera, vino luego Another brick in the wall, elegía que encumbró la noche hasta alcanzar una inapelable conmoción colectiva. La participación de los niños del Cambridge School de Lima, hay que decirlo también, no fue la esperada, porque ésta se circunscribió a un simple acto de presencia, sin corear el We don’t need no education. En compensación, cada uno de ellos lució un polo oscuro que decía en el pecho “los muros caeran junto a los miedos del mundo”. Fue tanta la algarabía desatada en ese instante, que la sola presencia en el escenario de “los niños de Lima”, tal como los llamó Waters, bastó para simbolizar el compromiso de este genio con las futuras generaciones. El preludio del espectáculo estaba por llegar y cuando la gente coreaba con mayor fuerza “olé, olé, olé...Rogeeer...Rogeeer”, pidiendo que lo vivido hasta ese minuto no terminara jamás, se escucharon las notas del Bring the boys back home, y como broche de oro, el Confortably numb.

El recital acabó cerca de la medianoche. En las afueras del coloso de Ate se sentía algo diferente en el ambiente, como si de pronto los peruanos nos hubiesemos sentido más importantes y orgullosos por haber recibido tan magna visita. De seguro, muchas de las casi 15 mil personas que fuimos testigos de tan maravillosa experiencia amanecimos el martes 13 un poquito más felices que de costumbre. Ahora que venga U2 o Paul McCartney.

1 comentario:

Javier Lishner dijo...

Lindo y vibrante artículo sobre lo que vivió una parte de Lima con la visita de Roger Waters. Para quien ya vio a Sir Paul y a U2, dudo que algo supere a esta obra del fundador de Pink Floyd. Me gustó aquello de "el disco más grande de toda la historia del rock". Siempre separando nuestro gusto musical (muy personal) de nuestra objetividad, por supuesto. Nadie duda que esa producción es una joya, acaso la más grande de toda la historia del rock. Y estuvo en Lima.
Gracias a quienes hicieron posible que Roger y su grupo, llegaran a mi país.
Angel, recibe un abrazo a la distancia,

JL